Quién teme a Björk, la bruja visionaria disfrazada de diva del 'pop' que marcó a la generación de los 90

No es casualidad que en su última y fugaz aparición en el inexpugnable territorio de lo pop haya encarnado a una bruja eslava . Bajo un gran tocado de plumas y conchas y susurrando una temible letanía, Björk apenas podía disputar el protagonismo a Nicole Kidman y Alexander Skarsgård, protagonistas de ‘The Northman’ (2022). Es rara su aparición en el cine comercial, más desde la horrible experiencia de ‘Bailando en la oscuridad’ (2000), un rodaje en el que sufrió acoso sexual por parte de Lars von Trier . Y aún más raro es ver una foto suya en los medios de comunicación. Björk ha desaparecido como actriz, como diva pop y hasta como memoria. El 'revival' de los 90 también se la salta, como si hubiera sido una inquietante aparición.

¿Quién teme a Björk? , nos preguntamos ahora, mientras la mujer más famosa que ha salido de Islandia agota una y otra vez las entradas de sus conciertos . ¿Por qué el maremoto de nostalgia que nos tiene revisitando la obra, vida y milagros de las estrellas de los 90 no se detiene en la mujer que ni fue previsiblemente incómoda, como Courtney Love, ni trágicamente cómoda, como Britney? ¿Qué hay en su biografía, en su figura o en su trayectoria que no puede o no quiere volver, como si fuera a hechizarnos hacia un lugar indeseable y oscuro del que no pudiéramos regresar jamás?

No, la bruja no ha muerto. Está muy viva y de gira con un espectáculo, 'Cornucopia', que han comparado a los shows de Duke Elllington porque, como le sucedía al encantador del jazz, nadie hace lo que ella, una mezcla de teatro, moda, arte, cine música que es un simposio, un sortilegio, una visión de la extinción. Suena, también, a borrón y cuenta nueva antes de su décimo álbum de estudio, ‘Forresa’ , que llegará previsiblemente en otoño. Björk invadió los teatros de la ópera cuando la electrónica aún se consideraba sacrilegio . Acudió al folclore islandés mucho antes de que Rosalía actualizara el flamenco. Dedicó un disco ('Biophilia', 2011) a la naturaleza salvaje cuando no hablábamos cambio climático, sino del agujero de la capa de ozono. En lo próximo pretende volver a hacernos bailar, como en los 90, pero en el salón de casa. Su vaticinio podría ser este: un 'akelarre' de interior.

Björk Guðmundsdóttir fue recibida en los 90 como una rara avis . La llamaron de todo: hada, elfo, rara, loca... No se entendía muy bien su manera de tirar por la calle de en medio, ni con género ni sin género, para inventar un tipo de feminidad, muchas veces telúrica . En realidad la consideraron un poco menos que mujer y, con los años, devino en bruja.

Ahora, a sus 56, la edad en la que las mujeres sí dan miedo, es lógico que desaparezca de la foto, aunque su presencia siga arrastrando una congregación. Compositora, productora, directora creativa, intérprete, facilitadora y descubridora de otros, es de las pocas artistas de los 90 que no pudo ser deglutida totalmente por la máquina pop y su misterio sísmico, abismal, sigue resistiéndose a la lógica irónica de la viralidad. Puede que no la veamos, pero ella observa el futuro a través de nosotros.