Hay términos capaces de cambiar la manera en la que observamos un objeto. Por ejemplo, kintsugi. Esta palabra se refiere a una técnica japonesa que repara piezas de cerámica rotas con resinas y metales preciosos como el oro. Así, en lugar de disimular las cicatrices de un plato que se ha caído, el artesano las destaca, las embellece y dota de una nueva vida a la pieza. Algo parecido sucede con la expresión “economía circular”. Básicamente, consiste en reutilizar, reciclar, reponer y reducir. Sin embargo, significa mucho más que eso.
La Tierra lleva años pidiéndonos a gritos que cambiemos nuestra manera de relacionarnos con ella. Aquí vivimos unos 7.500 millones de humanos, según datos del Banco Mundial. En las últimas décadas, lo hemos hecho eminentemente con un modelo de economía lineal. A grandes rasgos, consiste en extraer recursos, fabricar bienes, utilizarlos y eliminarlos.
Esta filosofía de usar y tirar no es sostenible, ya que tanto los recursos del planeta como su capacidad para eliminar residuos son limitados. En su lugar, ha surgido la economía circular, que propone cerrar el ciclo de los objetos. Es decir, darles una nueva vida después de usarlos, como el kintsugi.
El objetivo de la economía circular consiste en reutilizar los productos y, si esto no es posible, convertirlos en recursos, no en residuos. Se trata de que continúen aportando valor incluso después del uso para el que han sido diseñados. Una estrategia que cada vez está más presente en nuestras vidas. Los datos así lo demuestran.
La Europa circular
La propia Unión Europea apoya la transición de su economía a un sistema circular. Propone hacerlo a través de medidas destinadas a mantener el valor de los productos, materiales y recursos el máximo tiempo posible, así como a reducir la producción de residuos.
Si se tienen en cuenta los últimos datos disponibles sobre generación de residuos en la UE, se puede observar la diferencia en la evolución entre los destinados a recuperación y reciclaje frente a los que acabaron en vertederos u otros medios semejantes.
El 73% de los españoles tiene en cuenta aspectos éticos o de sostenibilidad al realizar sus compras
Concretamente, Eurostat indica que la cantidad de residuos utilizados para rellenos en construcción o incinerados con recuperación de energía aumentó el 24,7%, desde los 960 millones de toneladas de 2004 a los 1.198 de 2016. Así, la cuota de este tipo de recuperación en el total de tratamiento de residuos creció del 45,4% de 2004 al 53,6% en 2016. Por el contrario, la cantidad de deshechos destinados a eliminación descendió en ese mismo periodo el 10,1%.
Aunque estas cifras tienen todavía un claro margen de mejora, la tendencia que indican es esperanzadora.
Las cuatro R se cuelan en nuestras vidas
Existe un cambio de paradigma que nos está llevando a observar los objetos que compramos de otra manera. A tomar conciencia del impacto que tienen nuestros actos cotidianos, especialmente sobre el medio ambiente. A pasar de nuestro papel de consumidores pasivos al de ciudadanos responsables con sus hábitos de vida. Por esa razón, hemos empezado a incorporar la letra R a todo lo que hacemos.

Ya sabemos que la economía circular consiste en cuatro R principales: reutilizar, reciclar, reponer y reducir. Sin embargo, a ellas se pueden sumar otras muchas. Revalorizar, reparar o renovar son solo algunas de ellas. Todas contribuyen a mantener el valor y la utilidad de productos, materias primas y componentes. De esta forma se conservan recursos y se optimiza su consumo en un sistema sostenible.
Por esa razón, los ciudadanos cada día tratamos de reducir al máximo la basura que generamos y contribuimos a su tratamiento mediante la separación de residuos. También nuestras motivaciones a la hora de comprar han cambiado. Según un estudio de la OCU y el Foro NESI, el 73% de los españoles tiene en cuenta aspectos éticos o de sostenibilidad al realizar sus compras. Ese mismo informe asegura incluso que cada vez tratamos de no comprar más de lo que realmente necesitamos y que la mayoría de nosotros cree que su manera de consumir puede cambiar el mundo.
Una misión que nos incumbe a todos
Los ciudadanos no estamos solos en esto. Las empresas también tienen una gran responsabilidad a la hora de lograr un sistema productivo sostenible. Por esa razón llegan a nuestros hogares productos que han sido diseñados desde un principio para darles más de una vida útil.
Un ejemplo de esta tendencia se observa en los envases como latas o botellas. Son muy cómodos para transportar bebidas, pero es necesario diseñarlos y gestionarlos adecuadamente después de usarlos para que sean sostenibles. Por eso la economía circular también influye sobre estos objetos con el fin de cerrar su ciclo y evitar la generación de residuos.
Coca-Cola se ha propuesto recoger y reciclar el 100% del equivalente a todos los envases que comercialice para 2025
En el caso de los envases de Coca-Cola en España, además de ser el 99,6% reciclables, cada vez contienen más materiales reciclados o de fuentes orgánicas. Actualmente las botellas se elaboran con el 25% de PET reciclado (en 2017 era el 13%) y el objetivo es que, para 2025, ese porcentaje ascienda al 50%. Además, son cada vez más ligeros. Al pesar menos, requieren menos recursos para su fabricación y facilitan un transporte más eficiente.
En cuanto a su recuperación después del uso inicial, Coca-Cola se ha propuesto recoger y reciclar el 100% del equivalente a todos los envases que comercialice para 2025, con la colaboración de ONG ambientales y organismos públicos y privados. Para ello promueve iniciativas como Mares Circulares, un proyecto de limpieza de mares y costas, sensibilización ciudadana e impulso a la economía circular. Gracias a él, cada año se limpian 80 reservas y fondos marinos de toda España y Portugal.
El éxito de la economía circular depende de todos. Ciudadanos, gobiernos, ONG y empresas deben implicarse para cambiar la filosofía del usar y tirar por otra más sostenible y capaz de aumentar el valor de los objetos.